martes, 23 de junio de 2015

Treport, el pueblo sin flores

Le Trèport

El sol era de color gris en el día en que fuimos a Trèport, el pueblo escondido entre acantilados. Su nombre significa tres puertos y cada uno guarda un recado: uno para la pesca, otro para los grandes barcos comerciales y otro para los yates del placer. Los tres puertos comunicados entre sí tras la puerta guardiana del faro.
El camarero del Homard Bleu nos sirvió pescado recogido directamente del mar, que no había visto la cámara, y una sidra dorada y espumosa que no tenía nada que envidiarle al mejor champán.
Luego el viento nos llevó al pie del faro donde el mar rugía colérico y tomamos fotos de dos barcos que saltaban sobre la espuma.
-Ha tomado usted la foto en el momento preciso –dijo la dama del cabello blanco y los ojos azules.
-Sí –le dije con una sonrisa–, justo en el momento en que se cruzan.
Al intercambiar las nacionalidades ella me dijo:
-Yo he nacido aquí, en Trèport.
-Entonces conocerá toda su historia –respondí como tirándole un poco de la lengua.
-Sí. Yo he visto aquí a las mujeres llorar por los marineros que no les había devuelto el mar. Yo era entonces muy pequeña.
Esas son las mismas lágrimas que derraman otras mujeres en todos los océanos, pensé. Luego nos contó de la guerra y de cómo los alemanes habían dinamitado casi todo el pueblo para poder tirar mejor, pensando que los ingleses iban a entrar por allí.
-¡Ah, las guerras! –me quejé –Deberían prohibirlas.
-Sí, pero todo continúa igual hasta el día de hoy.

La vista desde lo alto del acantilado era fabulosa,  en la cima se podían ver los restos del Gran Hotel,  que los alemanes se habían tomado la molestia de dinamitar también, dejando sólo las escaleras. Al lado quedaba un Cristo solo, clavado en la cruz y triste, tal vez por eso no había flores en Trèport. Y allí mismo hice la promesa: volveré en un día de sol, cuando las flores hayan nacido en todos los tiestos y las campanas de la iglesia resuenen con una nueva alegría, cuando los llantos se hayan transformado en risas, acunados por los albores de una nueva vida. Volveré.

¿Qué se puede encontrar en un pueblo como este? Aparte de ser el pueblo más marinero que haya visto en mucho tiempo. Dan ganas de venir y reconstruir las casas que partieron las bombas, resucitar el glamour del Gran Hotel Trianon en la belle époque y ponerle ropa al Cristo. De meter al pueblo entero dentro de una burbuja para que no lo destruya el fuego de la guerra desde del cielo.

Cuando vuelva, por si acaso traeré un ramo de flores y una luz en la mirada para hablar otra vez con la dama del cabello blanco y los ojos azules, y decirle que siempre habrá flores, que siempre vuelven a crecer aunque tengan que brotar sólo para vivir un día, el día en que celebraremos la libertad.


Trèport desde el acantilado
El faro de Trèport
La iglesia y el hotel
Humilde dibujo a bolígrafo