En la calle de los vinos de la cuidad de los pescadores, María había comprado una docena de ostras por ciento cincuenta pesetas. La dama del pañuelo negro y las manos gastadas se las abrió in situ y les dio el chorreón de limón diciendo.
-¡Listas para comer, miña reina!
Luego entró en el tugurio aquel, especie de bar en forma de callejón, con banquetas a los lados y mesas minúsculas, y compró una taza de vino por un duro con derecho a otra de caldo.
Con los años, aquella frescura del mar en la boca, el olor del aire salado, el verde vivo de los paisajes y el dulce canto de la voz de la gente, quedarían impregnados en su alma como una enfermedad nostálgica que el pueblo llamaba morriña.
El barquito de pasajeros tardaba cuarenta y cinco minutos en atravesar el mar. Era un día claro del mes de mayo y el mar mecía los pensamientos de María que miraba lejos. A su lado estaba sentada Julia, aquella futura madre soltera flaca y limpia que tenía mas dientes y gafas en el rostro que otra cosa, y la misma dulzura en la voz que toda la gente de aquel pueblo.
-Yo voy al mercado de Cangas y después a casa de mi abuela a Domayo, ¿y tu?
-Yo, a Cangas y a donde me lleve el viento después- dijo María.
-Pues el viento te ha de llevar a miña casa a la hora de comer.
-¡Hecho!
El viento venía del oeste y ya se avistaba de cerca la tierra. El pueblo estaba a la orilla del mar y tenía pegado a la espalda una colina empinada medio pelada de matojos y piedras. El barco se iba acercando más y más y María vio con los ojos abiertos a tres mujeres desnudas con el pelo de cobre y la piel de nieve que bajaban saltando, corriendo y riendo de aquella misma colina. Al principio no dijo nada y no comprendió nada. Cerró los ojos y todavía estaban allí. Al abrirlos de nuevo habían desaparecido en aquel mismo instante y al tocar el puerto le contó todo a Julia, quien le dijo:
-Acabas de ver a las meigas de Cangas. Puede que vengan del aquelarre.-la miró sonriendo- Esto fue en tiempos un centro de reunión de brujas.
-¿A las doce de la mañana y en cueros vivos?
-Puede.
-Puede-, le respondió María asintiendo.
Y esta visión quedó grabada en su memoria como el mismo día en que la vio y juraba por lo más sagrado que era verdad.
Imagen vía Wikimedia Commons
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