Es indescriptible la pena que puede sentirse al contemplar un desastre como este. No esperaban mis ojos ver una cosa semejante, Paris mon amour. En el momento más crítico, cuando el fuego parecía comerse la Torre Norte, se me hundió el corazón pensando que Notre Dame iría a desmoronarse con ella. Debo decir que la catedral fue el primer monumento que visité al llegar aquí y al que fui fiel todos estos años. Allí dentro me obligó a levantar la cabeza y viendo sus bóvedas de cruceta una palabra me atravesó el pensamiento: "Matemática". Los antiguos maestros de obra sabían mucho de eso, pero no dejaron nada escrito y se perdió el conocimiento.
La soberbia humana no tuvo bastante con aquella perfección y quisieron añadirle una aguja sobre el crucero del techo cubierta de plomo, más alta y más pesada que la original. Sus campanas, con nombres de niño, han estado sonando desde hace 850 años marcando hitos en la historia, unos dramáticos y otros festivos. Confieso que adquirir una adicción por estar dentro de ella fue fácil, porque todas las veces me elevó y me proporcionó paz, aún en el medio de tanto turista enfebrecido por tomar fotos y comprar monedas de recuerdo. Y ahora me siento como si hubiera muerto el último animal en vías de extinción de une especie rara; la belleza. Y es que hemos perdido una parte del tiempo, algo que no se puede comprar, los cuatrocientos años que estuvieron secándose los robles antes de subirlos al tejado para formar el armazón, los ciento ochenta años que tardaron en terminarla los obreros y maestros de más talento, los ochocientos cincuenta años que estuvo plantada en el punto cero de Francia siendo testigo de muertes, bodas, coronaciones de reyes, la revolución francesa, la primera guerra mundial, la invasión de los nazis y el día de la liberación. Llegó bien hasta nosotros, sí, y se nos fue en unas horas.
¿Y qué queda después de la llamas? ¿quedó algo que no fuera consumido por el fuego?
La cruz de oro aparece en el centro del altar, brillante e intacta, y a sus pies los restos del fuego y el plomo fundido, el metal más bajo. La aguja del crucero cayó a los pies de la cruz, tronchada por el fuego limpiador. Es una verdadera transmutación, como una victoria purificadora emergiendo de las llamas. La gran vidriera de la rosa occidental esta íntegra, dejando pasar la luz, y los bancos de madera también. Todas las veces que he estado en Notre Dame me ha inspirado una cosa; su belleza me recuerda que el verdadero templo está en el corazón. La perfección de su matemática la salvó de la destrucción total y gracias al escudo de las bóvedas de cruceta, el fuego no penetró en sus entrañas.
Hubo un momento de enorme emoción en la noche cuando las campanas de las iglesias hermanas de París (Saint Germain, San Sulpicio y muchas más), sonaban en solidaridad mientras Notre Dame ardía, fue un momento de ascensión total, indescriptible. Es como... si hubiera subido al cielo.
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